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Literatura Torcida

Volvemos a la carga

Hola amigos. Después de cierto tiempo en la retaguardia, entre jaleos de trabajo (horrible campaña de libro de texto), asuntos personales e incluso algún que otro viaje de placer y reflexión, volvemos a la carga en el blog.

Hacía siglos que no miraba mis estadísticas: contemplo con asombro y alegría que el post más visitado es el de la Novela Romántica. Sabía yo que en ese género había un filón de fans!! (entre los que me cuento... de alguna forma). En fin, perdonad el retraso. En breve volveremos con alguna otra Biografía Acojonante como la que ya hicimos sobre Lovecraft, más análisis detallados de obras descabelladas, personajes deplorables, y la primera chunguez que se me pase por la cabeza. O que se os pase a vosotros, que si perdéis el tiempo aquí, es que tenéis también ese regusto agridulce por la literatura torcida.

Sin embargo, para este post no tengo nada preparado (aún) así que voy a saltarme mis propias reglas, esas que me impiden aprovecharme de este espacio para colgar mis relatos. El motivo, supongo, es que llevaba demasiado tiempo en el dique seco, y volver siempre es agradable, aunque sea de forma brusca e imperfecta.

En fin, cuidaos. Nos vemos pronto.

BARRO

Años atrás dijo un borracho brillante que algunas veces tienes toda la suerte, y otras veces no tienes ninguna. Yo en ese momento estaba perdido. Puede que la tuviera, o puede que no.

            Sentado en un banco a orillas del río Moldava, me preguntaba qué hacía yo en Praga. Quiero decir, tenía días libres, el dinero justo, y me había ido de vacaciones, eso lo sabía, pero ¿qué cojones estaba haciendo yo en Praga?

            Visité todos los monumentos que marcaban las guías turísticas. Los que me interesaban, al menos. Luego al hotel, una ducha, y a perderme en la noche.

            No tenía mucho dinero. No tenía drogas. Tampoco las quería. Hay momentos idóneos para pegarse un pelotazo: éste no lo era. Ni siquiera me habría atrevido a intentar pasar una bolsa de maría o un secante de ácido por la aduana. Imagina que te pillan. En el lado checo. El terciopelo acabó con el comunismo, pero algo en los ojos de esa gente me decía que no hiciera el idiota. Que podía ser peor de lo que pensaba.

            Por otro lado, Praga no es la ciudad ideal para recorrer de noche con el coco lleno de ácido. Hay demasiadas malas vibraciones. Ya no queda nada del viejo barrio judío, pero , de alguna forma, el Golem sigue ahí, en las calles. En los adoquines. En las farolas amarillentas. Meyrink nunca estuvo aquí, pero él sabía. De alguna forma. No, no era un buen lugar para estimulantes sensoriales ni alucinógenos. Habría sido un viaje suicida; emocionante, sin duda, terroríficamente introspectivo, pero no era el momento.

            Paseaba sumido en mis pensamientos, por las calles del Staré Město, cuando me crucé con una mujer. Sus ojos parecían estar esperando algo. No sé muy bien el qué. Algo. Tuve que voltearme y observarla doblar la esquina. Ella se giró y me cazó la mirada. A unos treinta metros el uno del otro, pude ver sus pupilas fijas en mí. Durante un momento, sus ojos refulgieron con un fantasmagórico color azul claro, azul muerto. No sé qué los iluminó de ese modo. Me recordó a los ojos de un zorro cuando los deslumbran los faros de un coche en mitad de la noche. Pero ningún zorro tiene los ojos así. Ningún animal refleja un turquesa cadavérico al enfocarle con una linterna. Parecía que detrás de ese bello rostro eslavo brillaran dos fuegos fatuos.

            Desapareció tras la esquina y decidí no seguirla. Hay cosas con las que no vale la pena jugar, aunque quieras.

            Me perdí un par de veces, por supuesto. Esas putas calles adoquinadas no aparecían en mi mapa, una mierda de plano, por lo demás.

            Empezó a llover y yo, cansado y triste, y con el frío en el alma, entré en el primer pub que encontré abierto. Pedí mi cerveza y me senté en una esquina, a beber, a intentar escribir, sin éxito, en una pequeña libreta que llevaba. A pensar en la vida y en lo que son las cosas. Yo un día lo tenía todo, y al siguiente se marchó ella. Todo lo demás seguía ahí, sólo me faltaba una cosa, pero a veces una mujer puede llevarse tu alma con el portazo de despedida.

            Quizá por eso estaba yo en Praga. Quizá te buscaba en sus adoquines, o te imaginaba abrazada a mí en el Puente Carlos a las cuatro de la madrugada. Quizá sólo me fui a la capital de las mujeres rubias para que mi corazón diera un vuelco cada vez que una melena de oro hacía ademán de girarse hacia mí. Creo que te buscaba en cada checa que se cruzaba en mi camino.

            Intentaba escribir, pero no podía: también eso se fue contigo.

            Un par de horas después me levanté para pagar. En la barra estaba la mujer del callejón, sola, mirándome. No se parecía en nada a ti. Lo cual era bueno. Me dijo algo en checo: respondí en inglés que no la entendía.

            -Me mirabas, antes – dijo ella, esta vez en inglés.

            -Tú también te giraste.

            -Porque me sentía observada.

            -Porque tienes unos ojos increíbles.

            Ella no sonrió. No pareció que mis palabras la afectaran lo más mínimo.

            -Estás solo – dijo.

            -Sí.

            -Praga no es un buen lugar para estar solo. Lo sé, porque yo también estoy sola.

            No dije nada. Miré su copa ya casi vacía y pedí dos de lo mismo. No sé qué coño era. Sabía a rayos.

            -Hazme compañía esta noche – dijo ella.

            Sonaba tan increíble que creí que era puta.

            -No tengo mucho dinero – respondí. Ella se encogió de hombros, como si el asunto no fuera con ella.

            -¿Y qué?

            -Nada.

            Pagué y salimos a la noche. Recorrimos esos callejones infernales, las avenidas heridas por los raíles de los tranvías. Casi no hablamos. Hice dos intentos, respondidos con monosílabos, no hubo tercero. ¿Por qué hacía eso? Yo sabía por qué lo hacía. Porque yo era un hombre. Porque ella era atractiva. Porque no eras tú. Porque jamás olvidas los brazos de una mujer hasta que caes en los de otra. Pero ¿por qué lo hacía ella?

            Llegamos a mi hotel, subimos a mi habitación, nos desnudamos en silencio. Por un momento me atenazó el miedo. Cuando sólo te has desnudado para una persona durante mucho tiempo, siempre dudas al mostrarte. Pero la noche de Praga era tan extraña que nada de lo habitual parecía tener importancia. La abracé, me abrazó, nos metimos en la cama. Su cuerpo estaba tan frío que aún me entraron más ganas de fundirme con ella. Nos besamos y su saliva era como el Moldava.

            No me dejó introducir mi lengua.

            -No me hagas nada en la boca – me dijo – puedes hacerme lo que quieras, pero nunca en la boca.

            No tuve problemas. Puedo vivir sin una mamada.

            Me entretuve en su cuerpo, tan diferente al tuyo. Su vello púbico olía a césped recién cortado. No me preguntes cómo. Su coño no sólo sabía a mujer: también a tierra. Tierra humedecida por los ríos eslavos en las gélidas mañanas del octubre centroeuropeo. Era un sabor totalmente extraño y ajeno, pero no por ello desagradable. En absoluto.

            Nos jodimos durante un buen rato, y aunque no sabía ni su nombre, estábamos tan solos que hubo mucha ternura en el acto. En algún momento me dormí. En otro me desperté a medias. Ella dormía a mi lado. Bajo sus párpados parecían brillar esos fuegos fatuos. La pequeña habitación estaba iluminada por aquella iridiscencia azulada, pero yo estaba casi al otro lado, y me dormí de nuevo.

            Cuando desperté había desaparecido. Ni su cuerpo, ni su ropa, no me había dejado nada. Aparté las sábanas y vi sobre ellas un pequeño rastro de barro desde los pies hasta la almohada. Lo toqué, estaba ya casi seco. Lo lamí: sabía como ella. Mi propio cuerpo estaba manchado de barro.

            No quise preguntarme demasiadas cosas.

            A veces es mejor.

            Me duché, hice mi maleta, y me fui.

            Un avión me trajo de vuelta a casa, y todo estaba como antes. Seguías sin estar a mi lado, y aún dolía, pero la pena pasará.

            Cogí mi libreta y escribí esto.

            El viaje había servido para algo. Todavía no sé muy bien para qué. Para algo.

            Signifique eso lo que signifique.

 

8 comentarios

Eoghan -

Hey Zetto! Encantado de verte de nuevo por aqui ;)
Llegidor, bienvenido! Y no, lo siento, no creo que jamás escriba sobre una campaña de texto, y menos aquí: es el único momento del año en que no disfruto de ser librero jajaja que angustia, por Dios.

El llegidor pecador -

Escribe mejor sobre la campaña de texto, eso sí que es "realismo sucio" del bueno.

ZeTTo -

O.O BUENISIMO! Y yo sin saber que habías vuelto leches, pensaba que tardarías mas en volver. Yo creo que tanto leer sobre ella voy a acabar yendo sugestionado... jejeje.

Bienvenido!

Eoghan -

Lo tiene. El barrio judío ha sido totalmente reformado, ok, pero yo desde luego he vuelto enamorado. Me ha parecido una ciudad terriblemente misteriosa, muy inspiradora. Vamos, vuelvo fijo, en cuanto tenga pasta. En cuanto a los relatos de Cortazar, no sabria decir, porque (no me matéis) no le he leído nada, ni a él ni a Borges. Lo cual parece anatema, pero es lo que hay jejeje habrá que ponerle solucion

Tajalápiz -

De verdad Praga puede tener ese aspecto todavía. Hay un relato de Cortázar, creo, donde ocurre algo similar, pero no recuerdo bien. Y me acordó aquello de los dos hombres que caminan en la noche y uno pregunta ¿usted cree en fantasmas? No, le responde el otro. Yo sí, dijo el primero, y desapareció.
Un saludo

Eoghan -

Hola amigos, sifarnodo, bienvenido, y Pablo, hola de nuevo.

A ver si esta semana me espabilo y cuelgo alguna cosilla más. Ando leyendo ahora Trece Runas, por cierto... pero es que no está mal. Vamos, está llena de todo lo que ya hemos comentado, pero se lee bien. Curiosamente, es mucho más cutre la sinapsis de la contraportada que la propia novela. ¿Intentarían que NO vendiera mucho?

Pablo -

Joer, macho. Genial. Me encanta tu... ¿realismo sucio?. No sé, pero me encanta, tío.

Un saludo.
Pablo.

sifarnodo -

A sifarnodo tu espacio bastante gustarle. Añadido te ha en su rincón.