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Literatura Torcida

¿Quién odia la campaña del libro de texto?

Hola amigos!

 

            Bien, todo vuelve poco a poco a la normalidad. La campaña de texto más desorganizada de los últimos trescientos años ha llegado a su fin. En realidad, aún quedan las últimas reclamaciones (que, por últimas, resultan especialmente agrias) y las devoluciones, que prometen diversión y desmadre a raudales, sobretodo para los proveedores, en cuanto vean la monstruosidad que les enviamos de vuelta con un lacito. Pero en fin, que sí, que lo gordo ya ha pasado. Todos los niños del país empiezan un nuevo curso escolar en el que se forjarán las preclaras mentes del futuro. Y nosotros, los libreros, habremos contribuido al distribuir esas fuentes de saber inagotable que son los LIBROS DE TEXTO. Convirtiendo niños despiertos en tristes pedacitos de Sociedad Aceptable.

El fusil de nuestros soldaditos adolescentes.

            Libros de texto. La pesadilla de todo trabajador del sector.

 

 

            Alguna vez me han preguntado por qué nunca he hablado aquí de los libros de texto. Y bueno, lo intenté al finalizar la campaña del año pasado, pero dejé el post colgado porque estaba más cargado de mala baba que de alegría y gozo. Y yo, para cabrearme y despotricar, pues prefiero hacerlo en un bar con un café, junto a algún compañero del curro, en vez de en este pequeño cenáculo donde, en líneas generales, lo único que pretendo es divertirme.

            Sin embargo, este año es diferente. Como campaña ha sido mil veces peor que la del año anterior, pero una excelente noticia que os comunicaré al final de la entrada me ha alegrado tanto la vida, que hasta los marrones de texto me resbalan.

 

            Así pues… ¿por qué nunca hablo del libro de texto? Pues porque no es un “libro”. No al menos como yo concibo un libro: un conglomerado de páginas cargadas de arte/pensamiento/divulgación/diversión con una tapa delante y otra detrás.

            En un libro de texto hay tapas, y también páginas, pero en ellas solo se amontonan carretadas de mierda.

 

            Amigos de las editoriales: entiendo que hay fábricas que mantener, empleados a los que pagar y, sobretodo, cocaína para la cúpula por conseguir. Pero entendednos a nosotros, padres y libreros: nos tenéis hasta los cojones.

 

            El primer punto negativo del día es el precio demencial de los libros. Eso no hay por dónde cogerlo. Para empezar, los libros de educación infantil. Muchos profesores se hacen al cargo de lo ridículo que es sablear a los padres de un moco de cuatro años, y con buen tino piden tres cuadernillos pelaos y vas que chutas. Pero otros, ay, otros ceden a la sutil técnica de venta de los comerciales (consistente en “tu pides los libros de Santillana/Barcanova/Teide/etc y yo te dejo aquí encima de la mesa este Maletín/Portátil/Iphone/etc”. ¿Veis como es sutil? ¡Ni siquiera tiene nada que ver una cosa con la otra! ¡Nadie podría confundir este detallito con algo tan sucio como un jodido soborno) y les piden a los niños cantidades brutales de material. ¿Qué sentido tiene hacer que una madre pague ciento y pico de euros por unos materiales que el niño ni entiende ni le importan una mierda ya que, como todo buen crío de tres o cuatro años, lo único que quiere es jugar y pintarrajear? ¿Garantizamos una escolarización ejemplar chapando tantísima pasta? ¿No conseguirías los mismos resultados con cuatro fotocopias, una caja de ceras y un poco de esfuerzo e imaginación?

            Luego tienes los nombres de los libros, que siempre son un animal parlante con nombre ridículo. Estamos volviendo locos a los críos con tanto bicho: les regalamos peluches de animales, en la guardería son “el grupo de los conejitos”, en P3 “la clase de los patitos” y en P4 “la clase de las vaquitas”, y si encima los llevamos a piscina… ¡puede que te toque en el grupo de los Delfinitos o de los Pingüinitos! Así que para rematar la jugada, las editoriales titulan todos sus libros de educación infantil con bonitos nombres como “Tito el Gatito”, “El Grill Cordill” o “La mariquita Juanita”. ¡Bravo! Me sorprende que la zoofilia no se haya convertido en una moda incontenible. Aunque vete a saber de aquí a unos años…

            Si yo dirigiera un colegio, escogería para las aulas infantiles nombres de animales, sí, pero de animales terribles y peligrosos. Imagínatelo. ¿El aula de los Tiburones Blancos? ¿La clase de las Hienitas? ¿Cobras-A y Cobras-B? ¡¡La clase de los Escorpiones Negros se va de excursión a Marineland!! ¿Qué ocurriría al cabo de veinte años con una generación de niños que empezaran su vida lectiva en el grupo de los Quebrantahuesos? ¿Quedaría su mente destruida de forma irreversible? ¿Serían siquiera aptos para integrarse en la sociedad?

 

            Luego llegamos a esa maravillosa etapa que es la Educación Primaria. Lo que antes era la EGB, ahora es EP y dura dos años menos. El problema de la Educación Primaria es que el genio de los cojones que decidió retocar y renombrar el sistema ni siquiera sabía contar hasta seis, se perdía en el tres, era demasiado complicado, así que optó por renombrar los cursos como “Primero” y “Segundo” una y otra vez, una y otra vez, hasta que se acabara la Primaria de los huevos y salieran de su jurisdicción creativa al pasar a la ESO. De esta forma, tenemos 1º y 2º de ciclo inicial, 1º y 2º de ciclo medio, y 1º y 2º de ciclo superior. Que así explicado puede sonar sencillo, pero os desafío a venir a mi tienda un seis de septiembre y enfrentaros a esto (los diálogos mostrados a continuación son verídicos. Se requiere, para el efecto completo, imaginarse ante el protagonista una interminable cola de padres furiosos y resoplantes):

 

            CLIENTE: ¿Me das el libro de mates de segundo?

            LIBRERO: ¿Segundo de ESO?

            CLIENTE: ¡No hombre! ¡De primaria!

            LIBRERO: Vale vale. ¿De qué ciclo?

            CLIENTE: ¿Cómo?

            LIBRERO: No importa. Aquí tiene.

 

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            CLIENTE: ¡Hola! ¿Tenéis el de lengua de tercero?

            LIBRERO: ¿Tercero de ESO?

            CLIENTE: No no, de primaria.

            LIBRERO: O sea, primero de ciclo medio.

            CLIENTE: No, de tercero te he dicho.

            LIBRERO: Ya, pero es que… da igual, aquí tiene su libro.

            CLIENTE: Pero aquí pone primero. Te he dicho que es tercero.

            LIBRERO: Sí, es que tercero de primaria es primero de ciclo medio.

            CLIENTE: ¿No hay algún compañero que sepa más que tú?

 

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            CLIENTE: A ver, necesito el libro de música de cuarto.

            LIBRERO: Tenga.

            CLIENTE: Pero aquí, pone segundo de ciclo medio.

            LIBRERO: Ya, es que cuarto de primaria ahora es segundo de ciclo medio.

            CLIENTE: Pero si mi hijo hace la ESO.

            LIBRERO: Ah…

 

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            En este sentido, la ESO y el Bachillerato resultan mucho más sencillos. Pero sólo en este sentido. Porque hay otros factores que contribuyen al caos y a la confusión. A saber:

 

1)       EDITORIALES: Hay miles. Y la mayoría de las veces te las escriben como les viene en gana o con letra incomprensible. Una vez, atendiendo en la sección de “lecturas recomendadas”, un chico me pidió un “Terra Baixa” de la editorial “Alfaguarra”. Aunque sospecho que esa vez el muchacho se estaba quedando conmigo.

2)       LIBROS DE INGLÉS: No es que haya miles… ¡es que sus Workbook tienen diferentes versiones! ¡Y ni uno sólo de los ISBN de inglés que me ponen en las listas de los colegios es el correcto! Quizá te parezca fácil buscarle a alguien el “New Headway Workbook 3”, pero cuando el código no pasa y lo buscas por el nombre, entonces ves que hay un Workbook “English”, un Workbook “Spanish” y aquí en Cataluña, incluso un Workbook “Catalan”. Entonces le preguntas al cliente cuál quiere, y él, sobrio y elegante, siempre responde “pues el que pone en la lista”. Luego hay honestos que dicen “pues no lo sé, la verdad”. Pero da igual: tú sabes que, le des el que le des, seguro que es el incorrecto…

3)       EDICIONES: Muchas veces conviven dos ediciones, por ejemplo, 2008 y 2010. Pero, con gran visión, los editores cabrones no sacan al mercado la nueva hasta, digamos, mediados de agosto. Así que todas las reservas que has ido haciendo durante el mes de julio no sólo no te llegaran, sino que tienes que hacer nuevos pedidos. Y eso, contando con profesores normales que tiran de la última edición disponible. Luego están los maniáticos, que te piden incluso la del 2006, a saber por qué. Y hablando de ediciones: ¿soy el único al que le parece una tomadura de pelo esto de renovar ediciones cada dos por tres? Coño, no creo yo que los contenidos de física de 4 de ESO cambien tanto. A fin de cuentas, las fórmulas son las mismas desde que al bueno de Newton se le cayó una manzana en la cabeza. ¡Menudo sacacuartos! ¡Esto de las reediciones es un timo como una casa, hombre, orquestado entre el gobierno y las editoriales! ¿A quién pretendéis engañar? El único motivo por el que se hacen reediciones cada cierto tiempo es para obligar a los padres a comprar libros. De esta forma, evitan que los libros pasen de unos niños a otros o peor aún, que se socialicen. Y os preguntaréis: ¿pero como librero, no deberías alegrarte por las reediciones? ¡Así viene mucha gente a comprar a tu tienda! Pues no, amigos, no me alegro. Primero, porque es un dolor de cabeza. Segundo, porque sí, vienen, pero vienen con una mala hostia tal que preferiría trabajar de, yo qué sé, afeitador de culos, o cualquier otro sórdido empleo. Y tercero: porque somos libreros, no usureros. Ninguno de nosotros disfruta cobrándoos trescientos euros en libros de texto, sabiendo que todo esto es un timo. Comprendemos que es una putada, y preferiríamos mil veces que os gastarais apenas cuarenta euros en tres o cuatro novelas. De verdad.

 

 

Pero existe un último factor que convierte la campaña de texto en una pesadilla kafkiana. Y son las madres, los padres, y toda la parentela que viene a comprar libros de texto.

Entre los libreros, para estas fechas, suelen correr decenas de anécdotas y chistes sobre padres tontos o desagradables que nos han visitado. Y es injusto, lo sé. A fin de cuentas, bastante pena tiene el cliente con tener que fundirse doscientos euros en una montaña de basura que al chaval no le va a servir para casi nada.

También tendemos a olvidar que un padre, o una madre, o cualquier cliente que venga, ni tiene por qué saber lo que es un ISBN, ni conoce las dificultades de gestionar 3000 reservas particulares con mínimo personal, ni le importa una mierda si esa editorial tarda mucho o poco, ni si mi almacén está dirigido por incompetentes. Él sólo quiere su libro, y se frustra cuando no lo consigue. Y tiene razón, joder. ¿No nos pasa a todos lo mismo con cualquier cosa que queramos comprar?

No es justo atacar a los padres y las madres que vienen a comprar los libros. Y sin embargo… y sin embargo, a veces los mataría.

Podría daros mil motivos.

Podría hablaros de exigir devoluciones sin ticket.

Podría detallaros las montañas de reclamaciones absurdas que recibimos.

Podría mostraros escalofriantes escenas como aquella en la que sales a tomarte un café, vestido de calle, tan tranquilo con tu cigarrito, y de pronto un padre aparece detrás de un arbusto y te coge del brazo y te pregunta con una sonrisa demente: “Oye, ¡¿sabes si ha llegado ya mi libro?!”. Y tú no tienes ni puta idea de quién ese hombre, qué libro encargó, y lo más preocupante… cómo te ha reconocido. ¿Será un maníaco peligroso? ¿Estoy siendo vigilado por madres neuróticas? Quizá mañana al ir a mear levante la tapa del water y asome por ahí un padre sonriente preguntándome si ha llegado su libro. Con los ojos bailándole casi fuera de las órbitas.

 

Sí, podría daros muchísimos motivos para odiar a esos padres, y seguro que cualquier librero que entre por aquí podría añadir mil más (os animo a dejar anécdotas en los comentarios, eso fomenta la solidaridad). Pero sólo os hablaré de la cosa que más odio, la que más me revienta, y la única para la que no encuentro excusa ni explicación a favor de los padres.

Y esa cosa es un Libro Forrado y Con el Nombre Puesto.

En cualquier librería que haga libro de texto, existe una advertencia que, invariablemente, aparece por triplicado.

En el ticket, pone en mayúsculas NO SE ADMITIRÁN DEVOLUCIONES DE LIBROS FORRADOS O CON EL NOMBRE PUESTO

En cualquier sección de texto del país hay un cartel que dice NO ADMITIMOS DEVOLUCIONES DE LIBROS MARCADOS O FORRADOS.

Y cualquier dependiente-librero que lleve al menos una campaña a cuestas, siempre, siempre, dirá aquello de: “por favor, acordaos de no ponerle el nombre ni forrarlo hasta que el profesor de el visto bueno”.

Pero siempre, cada año, decenas de padres y madres vendrán a cambiarte libros forrados o con el nombre.

¿Por qué?

Pues no lo sé, la verdad. A mí que no me jodan con que tienen miedo de que le roben el libro al niño. ¿Quién demonios va a robarle un libro de texto a un crío? ¿Un lunático? Le pasará a uno entre mil, hombre, no seamos paranoicos. ¿Y lo de forrarlos? ¿Es que temes que ya el primer día el niño deje la portada hecha una mierda? Si es el caso, ¿para qué lo llevas al colegio? No señor, hay que forrarlos a toda prisa, y escribir el nombre, quizá de forma discreta en un lado, o mejor aún, poniendo un rotulador en las temblorosas manos del chaval para que escriba su nombre en mayúsculas, ahí bien grande. A veces incluso con faltas de ortografía enternecedoras (una vez me devolvieron el libro de un tal “gillermo”).

Eso nos supone el más grave de los dilemas.

Si el error ha sido nuestro, el cliente no duda en lanzártelo a la cara. Contraatacan antes de que puedas abrir la boca, por así decirlo, recordándoles que han incumplido las normas. Y se olvidan de que una cosa no invalida la otra. Sí, la he cagado, te pido disculpas e intentaré arreglarlo lo antes posible trayéndote el libro que necesitas. Pero tú me traes un libro donde han escrito con tippex GILLERMO. Lo siento.

Si el error ha sido del colegio, o del padre o madre en cuestión, lo lamentamos mucho. No es broma. Entendemos que es una putada. Pero tú me traes un libro donde han escrito con rotulador negro GILLERMO. Lo siento.

Aquí entra en juego la humanidad. Las normas son las normas, pero no somos robots, maldita sea. Hay veces que ves al pobre cabrón tan desesperado que le devuelves el dinero sin pensar, y ahí te quedas tú con esos libros que no podrás ni revender ni devolver. A veces te lo piden con tanta educación, hay gente tan maja y encantadora, que no dudas ni un instante. Aunque el fallo sea suyo. Qué coño importa, a todos nos puede pasar.

Sin embargo, y ahí es donde me encabrono, hay otros tan groseros, tan asquerosos, que disfrutas haciéndoles sudar. La despreciable máxima de “el cliente siempre tiene la razón” ha creado auténticos monstruos, máquinas de machacar empleados, personajes inmundos que consideran que más que un vendedor, eres un esclavo al servicio de, un miserable que ni siquiera sabe hacer su trabajo. Son aquellos de “si está forrado no es mi problema” o de “quiero hablar con un responsable porque tú no te enteras de nada”. Este año hemos tenido uno bueno de estos, un señor mayor que se volvió loco y empezó a golpear el mostrador y a chillar “¡HIJOS DE PUTA, DADME MIS LIBROS! ¡QUIERO MIS LIBROS! ¡OS TIRARÉ UNA BOMBA!”. Al día siguiente le gasté una broma con eso a mi compañera María, víctima de estas imprecaciones, y ella se echó a llorar. No es coña. Me disculpé con ella por mi inoportuno humor y dijo una frase muy sabia: “no es agradable que un desconocido te llame hija de puta a gritos pegando puñetazos a la pared, ¿sabes?”.

Sé.

En fin, amigos. Todos somos humanos, ¿eh? Padres, libreros, profesores. Tengamos un poquito de cortesía, por favor.

 

Ya veis lo que da de sí una campaña de texto. Este año se me ha sumado un problema doble: mi almacén central se ha colapsado. Y el programa informático ha fallado por completo. Había días que llegaban palets enteros de libros sueltos en cubetas y nadie tenía ni puta idea de qué eran esos libros ni a quién le pertenecían. Con todo esto, yo debería estar subiéndome por las paredes… pero no.

Como os dije, hay una excelente noticia que ha calmado mis ánimos y me ha puesto de un humor fantástico.

Y es que tengo la suerte de poder presentar mi primer libro hacia el mes de Noviembre.

Los que seáis viejos conocidos del blog podréis suponer de qué palo irá.

Ya os iré contando.

 

A cuidarse, amigos!

7 comentarios

felicita -

¡Un libros! ¡Un libro entero tuyo!

¡Ostras esto no me lo pierdo! ¿Cuando, donde como? Que como lo consigo y cuando?

¿Daras mas datos? porfa.
Un abrazo y te le deseo lo mejor

-

Jajajaja hostia tio, cojonudo lo de las migas cortijeras.
Si, esto de la atención al cliente también tiene momentos muy gratos, pero la verdad es que es habitual encontrarte estas mierdas.
Y sí, aquí en el norte también disfrutamos de la sana costumbre del "eso" y otras vaguedades. Ademas, se enfadan si no les entiendes, lo cual es inevitable!

Hay que cambiar de curro.


--- El jue, 14/10/10, Blogia

Donser -

Pos si. Los clientes son aquellos entes de los que vive un negocio y por los que malviven los que se dedican a ese negocio. Yo te hablo desde el sector de la hostelería (oficio, que no profesión), en el que me he encontrado con verdaderos cabrones integrales. Y buenos clientes, todo sea dicho.

Pero cuando te vienen chillando que su niño se ha encontrado un hueso (señor, es que ha pedido pollo asado); que por qué no tenemos nuggets de pollo que es lo único que su niño (tierno infante de ocho años y casi cincuenta kilos) come -Señor esto es un restaurante chino (y los hay que tienen y todo), y lo mejor, lo cojonudo, lo más morrocotudo de todo: (no sé si pasa en el norte, pero aquí es la tónica general) el EZO.
-Me poneh uno tallarine de ezo.
-Porme pa llevá lo que ze llevó mi primo el otro día.
-Nene, ¿No tiene pan de comé, de verdá? (de nuevo, en el restaurante chino)
-Poh yo quiero huevoh frito. Y con pimiento; Yo: -¿Y unas migas cortijeras no le apetecen? --> Hoja de reclamación. Que por cierto no se entendían.

EN fin. La verdad es que se han criado verdaderos bastardos a la luz de los derechos del consumidor. Como el que se me ofendió porque le hablaba de "usted", diciendo que era insultante. Hay que joderse.

Y en cuanto a los libros de texto, los prefiero con migas cortijeras, oye.
Y en la puerta de la librería dos estacas bien altas y afiladas que pongan "Suvenir of Transilvania; Original"

igres86 -

Gran post reflejo del mundo librero en épocas de vuelta al colegio. Decididamente el que dijo "el cliente tiene la razón" tendría que ser crucificado, torturado con cables en los huevos y descuartizado lentamente.
El tío de la bomba no tiene precio no debe tener desperdicio, freaks especiales aunque temibles.
Saludos y felicidades por el blog.

Eoghan -

Pablo, un abrazo!!! Ya te enviaré un ejemplar jejejejeje
Sr. Sin: bienvenido! Hombre, a mi me pareció graciosísimo lo del pirado aquel. Por eso le gasté la bromilla a mi compañera, pero claro, cuando me arrojé hacia ella haciendo aspavientos y chillando que le iba a tirar una bomba por hijaputa y ella se puso a llorar, me di cuenta de que el humor, segun como y segun a quien, mejor con cuidadito.

Yo dejaba mis libros llenos de espadas, cuchillos y hachas ensangrentadas. Si hubiera tenido un hermano menor, imagino que lo hubiera traumatizado, pero como fui el ultimo, pues ahi se quedaron mis libros graffiteados.
Lastima.

Oye, un placer tenerte por aqui, un abrazo!

Sr. Sin -

(...) La despreciable máxima de “el cliente siempre tiene la razón” ha creado(...). Excelente definición la que viene después de lo anterior de lo que muchos clientes, efectivamente, piensan que son ellos mismos y son quienes les atienden. Bravo.

De todas maneras puede resultar "gracioso" en determinados ambientes ver a un ser humano fuera de sí gritando:¡Hijosdeputadadmemislibrosostiraréunabomba!, sobretodo, cuando uno tiene el negocio de librero un tanto idealizado y parece que todos los que asoman a comprar cultura insertada entre unas tapas son personas apacibles y silenciosas. Imagino que la etapa de venta de libros de texto es como el Armagedon de los libreros.

Yo también pienso que timan a esos pobres padres que se ven obligados a comprar año tras año libros y más libros para educar a sus hijos sin que exista la posibilidad de ir heredando "el legado". Todavía recuerdo, en octavo de EGB, a un amigo cuyo libro estaba lleno de penes descomunales, vaginas y tetas ciclópeas que su hermano había dibujado en el libro de Lengua Española. Sobretodo porque descubrió tal hecho un día en que a una profesora le dio por echarle un vistazo a nuestros libros, para ver si los cuidábamos... Diantre, cómo cambia el mundo y no nos damos ni cuenta.

Pablo -

Enhorabuena, librero. Sí... por haber sobrevivido, también; pero sobre todo por ese libro que ya estoy deseando tener.

Un abrazo.
Pablo.